EL LLANTO DEL MANATÍ
Por Manuel Pereira
Frente a las costas de La Española, Cristóbal Colón escribió en su Diario de Navegación que “vido tres sirenas (…) pero no eran tan hermosas como las pintan”. Al Almirante le pasó lo mismo que a Marco Polo cuando confundió al rinoceronte de Sumatra con el unicornio.
Las “sirenas” caribeñas de Colón no eran más que manatíes. A partir de esa confusión original, las fabulaciones de los Cronistas de Indias se multiplicaron, creándose incluso la leyenda de un cacique de Santo Domingo que navegaba con diez indios en el lomo de un manatí domesticado. Pedro Mártir de Anglería incrementó estos trasvases mitológicos confundiendo a los manatíes con los tritones y aun con las nereidas.
En su inevitable libro Ocaso de sirenas, José Durand nos cuenta que, ante la magnificencia del manatí, el conquistador Juan de Salinas Loyola, equivocó el nombre y escribió “magnatí”. Las denominaciones insólitas proliferaban a medida que aumentaba el batiburrillo taxonómico.
Al manatí le llamaron “vaca marina”, porque se alimenta de plantas acuáticas y pasta bajo el agua; también lo nombraron “pez-mujer”, porque tiene tetas y amamanta a las crías apretándolas contra el pecho con sus aletas en forma de “manitas”. Los mexicanos del siglo XV lo apodaron “tlacamichin”, es decir, “hombre-pez”, del náhuatl tlacatl (hombre) y michin (pez).
Dócil, pacífico, vegetariano, del rostro del manatí emana cierta nobleza a pesar de su evidente fealdad. Su constitución antropomorfa lo convierte en un enigma biológico, una criatura inclasificable, acaso el animal más desconcertante del planeta junto con el ornitorrinco. Es el único mamífero acuático herbívoro y, según los registros fósiles del Eoceno, está remotamente emparentado con el elefante por los restos de proteínas que conserva, sus características dentarias y las uñas de las “manitas”, que son planas y redondeadas.
Así las cosas, no es de extrañar que marinos y científicos de otros tiempos confundieran a los manatíes no solo con sirenas sino también con delfines, focas, morsas y hasta tiburones. El conde de Buffon los clasificó entre los cuadrúpedos y Alexander von Humboldt —que fue el primero en diseccionarlos en la cuenca del Orinoco— los catalogó entre los cetáceos.
Todos se equivocaban con el manatí, al que también denominaron “lamantino”, “lamentin”, o “lamantin”, del francés “lamenter”. “Lamantín” le llama Buffon. “Lamentino”, dice el jesuita Clavijero. Y todo ello porque parece que llora o gime cuando lo matan. Ciertamente estos animales emiten chillidos o llantos, como afirma el naturalista Herbert Wendt.
Si en la mitología clásica las sirenas cantaban, en nuestra cruda realidad, los manatíes gimen, sobre todo durante las matanzas a que han sido sometidos hasta ser casi borrados de la faz del planeta. Experimentamos una vergüenza cósmica al constatar que el animal más manso del mundo es una especie en peligro de extinción por culpa de su principal depredador, que es el hombre, por encima del tiburón y del cocodrilo. Las sirenas tuvieron mejor suerte al quedar convertidas en arrecifes.
Para colmo de males, el manatí no ha llegado a ser tan famoso como el delfín, porque no es tan “bonito”. Al ser más arcaico y nada post-moderno, es menos hollywoodense, en suma, nada circense. Sin embargo, no hay espectáculo más digno de verse que una manatina abrazando a sus manatos cuando les da el pecho a flor de agua. Todo el instinto maternal del universo se concentra en este animal. También se abrazan entre sí los adultos y juguetean en el fondo de las lagunas, incluso con los humanos, a quienes no guardan rencor por el daño que les infligen. En sus retozos, los manatíes llegan a besuquearse entre ellos.
Sin duda es el animal más tierno de la creación. Tan tierno que hay testimonios según los cuales los indios del Orinoco y de los ríos amazónicos incurrían con las manatinas “en diabólico pecado”. La carne de estos animales siempre ha seducido a los hombres, no solo como sede de concupiscencia, sino también como manjar. Otro cronista de Indias, Gonzalo Fernández de Oviedo, nos habla del manatí desde el punto de vista gastronómico. Su carne cruda es como ternera, y cocida, tiene sabor a atún. Para Oviedo su manteca es la mejor para hacer huevos fritos y “muy buena para arder en el candil”. Hasta el mismísimo Fray Bartolomé de las Casas nos informa que la carne del manatí es muchísimo mejor que la ternera, sobre todo si es tierna y se hace en adobo. Fray Toribio Motolinía también lo probó. Los conquistadores comían manatí principalmente en Cuaresma. En días de abstinencia, guisar manatí, en las Antillas y en México, equivalía a saborear ternera que a su vez era pescado. Así burlaban el precepto eclesiástico. Comer manatí en Viernes Santo se convirtió en una tradición del Nuevo Mundo. Humboldt también lo paladeó, para él su carne “se asemeja más al puerco que a la vaca”. Alexander Olivier Exquemelin, el cirujano pirata, llegó más lejos: “he tenido la curiosidad de chupar la leche de algunas de estas hembras que daban de mamar; la he hallado tan buena como la de los animales perfectos por la cópula”.
La carne del manatí se ha aprovechado incluso con fines ceremoniales. Desde tiempos inmemoriales, olmecas y mayas la apreciaban mucho. Ya había terribles matanzas de manatíes en los últimos años del siglo XVIII. Hacia 1768 se extinguió una especie —la “vaca marina de Steller”— debido a la intensa cacería a que fue sometida en el Estrecho de Bering. El dugón —hermano del manatí en aguas del océano Índico y en la costa suroeste del Pacífico— también está en peligro de extinción.
El manatí ha desaparecido de las costas antillanas hasta quedar reducido a topónimos en Puerto Rico y en Martinica. En Cuba —donde tanto escasea la carne de res— no quedan manatíes. En Campeche, hacia 1960, se vendía la carne de manatí a 50 pesos el kilogramo. A partir de 1987 la legislación mexicana estableció una multa de 7 millones de pesos por matar uno de estos animales. En 1992 otra ley subió la multa a 26 millones de pesos. A pesar de lo cual siguen vendiéndose artesanías (aretes, collares…) confeccionados con huesos de manatí.
Antiguamente se usaba su piel en la construcción de canoas. Tradicionalmente las mujeres han usado el polvo de su cráneo y de sus costillas para detener el flujo menstrual. La grasa servía como ungüento. Un enemigo más moderno del manatí es el turismo, sobre todo las lanchas rápidas cuyas hélices los destrozan, porque el manatí nada muy lentamente casi a flor de agua, razón por la cual es fácil de cazar ya que emerge para resollar cada dos o tres minutos. Otra amenaza son las redes de pesca, sin contar diversas actividades industriales que han modificado el hábitat del manatí en costas y ríos de Florida, México, América Central, Colombia, Venezuela y Brasil.
En los años setenta se introdujeron manatíes en Xochimilco con la intención de controlar el lirio acuático en los canales del famoso lago. Pero los animales murieron por neumonía debido a las bajas temperaturas del agua, según la versión oficial. Sin embargo, existe otra versión de los hechos, quizá algo exagerada, la que nos dejó el poeta nicaragüense Ernesto Mejía Sánchez: “La Venecia mexicana expiraba de constipado; entonces la Secretaría de Pesca, tan sabia y consecuente, inventó traer los últimos manatíes de la Florida para que se comieran a tiempo la fauna verde. Era de verse: una manada de helicópteros transportó en redes de nylon a todos los que pudieron (manatíes, manatizas, con sus bebeses prendidos a sus tetas) por los aires del Golfo hasta el extransparente Valle más alto del mundo y los depositaron en los taponeados canales de Xochimilco. Los indios implumes creyeron que era milagro y los sacrificaron sin piedad. Y, naturalmente, se los almorzaron con placer…”
Sea como sea, lo cierto es que en los últimos diez años del siglo pasado disminuyó la presencia de estos animales en el estado de Quintana Roo. Donde más quedan es en la Bahía de Chetumal y en el río Hondo. No hace mucho se llevó a cabo en esa bahía un censo aéreo desde avioneta y se contaron hasta 49 animales. Otras informaciones hablan de entre 90 a 130 individuos en la Bahía de Chetumal, declarada Santuario del Manatí en 1996. De todas maneras, son cifras aterradoras. Aunque tanto el Colegio de la Frontera Sur como el Instituto de Biología de la UNAM realizan tenaces esfuerzos, la especie ha sido poco estudiada. Por ejemplo, en general se sabe poco sobre su forma de reproducción.
Conmovido por la infinita desgracia del animal más apacible del mundo, hace seis años peregriné hasta Chetumal, en la frontera con Belice, para contemplar de cerca esta curiosidad zoológica de tiempos pre-adánicos y como recién salida del Arca de Noé. Chetumal es el único lugar del planeta donde el manatí tiene el puesto de honor que le corresponde. Se le ve en estatuas públicas, en folletos turísticos, en logotipos. Los niños acarician a los manatíes que de noche se acercan a la orilla del bulevar para comer algas.
Y allí conocí a Daniel, una cría en cautiverio, nadando en una “piscina” improvisada en la Laguna Guerrero. Allí tenía todo lo que necesitaba: mangle en las orillas, pasto acuático, baja profundidad de las aguas cuya temperatura está por encima de los 20 grados centígrados, salinidad variable y fuentes naturales de agua dulce.
Familias enteras acudían a ver a Daniel para rascarle el lomo con un cepillo. Daniel tenía por entonces poco más de veinte meses de edad y ya medía aproximadamente metro y medio. Su cuidador —Eladio Juárez— le daba de comer puñados de algas directamente en la boca. Daniel sacaba la cabeza buscando su condumio y luego giraba lentamente en el agua como queriendo dar saltos de alegría.
Mientras me alejaba de la laguna Guerrero adentrándome en la selva para visitar unas ruinas mayas, escuché algo deslizándose por debajo del canto de los pájaros, algo así como un lamento, una queja apenas perceptible. Era el llanto ancestral del manatí.
Entre todos los mamíferos encontramos especies quizás poco conocidas, o bien conocidas pero sin saber demasiados detalles de ellas, de su vida, su hábitat, su alimentación y reproducción. Encontra en esta nota toda la información sobre el Manatí Antillano que necesitas.
Nombre Popular: Manatí Antillano, Manatí del Caribe
Nombre Popular: Manatí Antillano, Manatí del Caribe
Nombre Cientifico: Trichechus manatus
Clase: Mammalia
Orden: Sirenia
Familia: Trichechidae
Características:
Es un animal corpulento con una aleta que es redondeada en forma de espátula; se caracteriza por tener la piel arrugada finamente, generalmente se encuentra cubierto por algas y pequeños moluscos.
Su cabeza se une al cuerpo sin cuello ni hombros; no poseen miembros posteriores, pero los delanteros son flexibles a modo de remo, las cuales las usan para desplazarse, para rasguñar el fondo, para mover el alimento hacia su boca, para limpiarse la boca o incluso tiernamente para abrazar a otros manatíes.
Puede medir unos 3 metros de largo y pesar hasta 600 kilogramos, siendo las hembras mas grandes que los machos.
El color de la piel puede ser marrón o gris.
Alimentación:
Se alimentan de plantas acuáticas con una ración diaria equivalente al 15 por ciento de su peso corporal. Los pastos marinos son su principal alimento, pero pueden llegar a consumir pequeños peces e invertebrados.
Hábitat:
viven en zonas costeras en aguas poco profundas y tienen la capacidad de adaptarse a diferente salinidad del agua por lo cual se los puede encontrar en los rios y estuarios de zonas bajas. Buscan zonas tropicales y subtropicales encontrándose desde el golfo de México hasta la desembocadura del río Amazonas.
Reproducción:
El período de gestación dura entre 12 y 14 meses, luego de los cuales la hembra da a luz a una sola cría y muy rara vez a dos. Esta cría permanecerá junto a la madre hasta los 2 años de edad.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario